24 de febrero de 2014

Carnaval.



Llega la fecha señoras, el día, la ocasión, el momento en el que toda madre que se precie, imaginativa, entregada, colorista, aplicada, hacendosa y DIY a partes iguales, debe lucirse.

Hasta ahora nos dejábamos ver a través de los trabajos manuales de los niños, esos que decimos que han hecho ellos, aunque la puntilla del dibujo esté hecha del crochet más fino jamás tejido...

Y, ay, señoras, pobre de las que en vez de manos tengamos pezuñas, porque por mucha voluntad que le pongas, de tus manos saldrán boñigas, con lazos o con puntillas del todo a cien...pero boñigas.

Este año, en el cole de mis hijas han tenido la feliz, ocurrente y económica idea de hacer el disfraz de Mr. Potato...y a dos Potatos en mi haber, esta humilde servidora que les escribe, buscando un lugar donde esconderme de las grandiosas creaciones que me llegan vía whatsapp de uno de los grupos del cole, he hallado cobijo en estas sinceras líneas. Porque yo ahora mismo no tengo dos señoras potatos en proceso...tengo todo un patatal en plena mesa de faena.

Veréis...la patata, porque hasta ahora no le veo más forma, y creo que por ahí vamos bien, está hecha de bolsa de basura color boñiga marrón. A la bolsa hay que darle forma, y aquí vino mi martirio dominical...según las madres de los compañeros de mis hijas, a la susodicha hay que hacerle un dobladillo...si eres manitas meterle una goma que recoja en las rodillas y dé un efecto globo...o patata que explota...y para las más atrevidas, y aquí es donde he alucinado en colores, hay que hacerle una presilla. A una bolsa de basura. Me río yo de la destreza de las mejores agujas del panorama de la moda...si una madre es capaz de hacer ¡¡Unas presillas!! a una bolsa, aunque sea cosidas a grapazos, tiene el más sincero de mis respetos.

Después de echar unas lágrimas de risa y de impotencia infinita, me he puesto manos a la obra, y me he decantado por la primera opción...goma en los bajos con maravilloso fruncido, pegado con la mejor de las cintas americanas que he encontrado en la mustia caja de herramientas de mi marido. Mustia porque solo la uso yo. Y sólo en caso de emergencia. Y este es un claro ejemplo.

Después hemos tenido que lidiar con los pegamentos. ¿Por qué ya no pegan los pegamentos? ¿Por qué tengo que recurrir a la cola de contacto? ¿Es necesario volver a sellar mis dedos pulgar e índice...y el anular....y el pulgar de la otra mano...y los deentesss, connngggoo?

Aguas hirviendo y despelleje mediante en mi pensamiento, y dejándome llevar por una  corriente creativa (que no ha sido la mía, por supuesto) he decidido pegar ojos, nariz, orejas y boca con velcro adhesivo...porque esa fue la instrucción para hacer una de las patatas de mi patatal, la otra la dejaban a libre albedrío. Y en cuestiones de manualidades yo no tengo ni criterio, ni sentío.

Una vez que entras en faena, el fixo es tu aliado, y rematas en todos los cortes, muchos, con un trocito haciendo de sello "indesgarrable" (toma RAE en toda la boca) la sisa, el cuello, y allá donde se haya ido la tijera de más y los jirones de las pruebas.

Y mientras cosía a fixazos limpio me imaginé siendo la envidia de las menos previsoras. Y me crecí. Me vine arriba. Ándele, ándele. Porque mis hijas irán de Señoras Boñigas...pero el disfraz no se le caerá en mitad del desfile...O lo que es lo mismo, quien no se consuela es porque no quiere.






7 de febrero de 2014

SIETE


Se ruega leer escuchando la sintonía dejada al pie de la entrada. Así fue escrito. Este mensaje parece bíblico. Voy a parar o esta leyenda va a ser  más larga que el post de hoy. Llevaba tanto tiempo...Que escribo hasta en los kleenex, entre moco, lagrimilla y sudores.


Cuando celebras el séptimo cumpleaños de tus hijas, se supone, que debes estar curtida en las lides de las celebraciones. Yo cada año lo llevo peor.

Será la vertiginosa edad a la que me enfrento este año, serán mis nervios pre-celebración, será una crisis hormonal, una gripe mal curá, un floreciente humor huraño, la crisis o Rajoy (puestos a culpar)...pero últimamente me gasto unas energías, que como la ley del Karma sea efectiva, es posible que implosione para siempre jamás.

Ser la madre de las cumpleañeras requiere una dosis de relaciones públicas de las que carezco, que me agota. Ser la madre de las niñas festejadas es ser la que lidia con tres grupos de madres, la que está está en tres conversaciones distintas y en ninguna, la que discute con la monitora, pone quejas al gerente y se caga en la crisis, en los locales mal preparados, en las mesas fijas del "burguer del payaso", en las bandejas voladoras y a que me plantaran seis niños por mini mesa.

El Karma, sí, ese que no me pasa una negativa, se empeña, que en el invierno más tropical jamás disfrutado, aquí, en los Levantes de Dios, haga soplar un viento huracanado que traiga nubes negras de más allá de los Andes con ganas de soltar aguaceros y ventiscas cortantes, y aguar, como sólo un temporal sabe hacer, los columpios del exterior, que tan mal elegí como entretenimiento postmerendola.

La tarde de autos, cuando llegó la hora de recoger a las niñas del cole, hartica de rezar padresnuestros para que cesara el temporal y luciera un sol radiante, me lancé a la calle. Asiéndome con piquetas al suelo en cada uno de mis pasos por peligro a volarme y aparecer en Tánger de un sólo bufido y abofeteada por las gotas que azotaban mi conciencia, llegué, viento en contra en toda testa,  a la mismica puerta del colegio justo cuando el ujier hacia sonar, como sólo él sabe hacerlo, la desquiciante sirena del colegio.

Camino al "burguer del payaso", mis plegarias surtieron efecto, y atrás dejaba la borrasca, enfrascada en aguar mi barrio, y como Caroline, me dirigí a la luz...que se abría paso, arco iris mediante, entre las nubes.

Tras comprobar que el gerente del recinto era un experto en tetrix, por la capacidad de encajar 50 niños en plena explosión de júbilo y festejo y sus correspondientes madres en un aforo limitado a poder respirar pidiendo permiso para suspiros y expectoraciones varias, decidí relajarme, codazo mediante, y dejarme llevar por la fiesta de mis hijas, que ajenas a todo, disfrutaban de lo lindo trepando por las rejillas separadoras de espacios.

No me cabe duda que tras la algarabía sufrida, los gelocatiles rularan a mi salud por más de un hogar de mis invitadas. Un año más, no he acertado con el lugar donde festejar el cumpleaños o simplemente fueron una serie de desdichadas circunstancias.


(Lo sé, qué tiene que ver Sor Citröen y un cumpleaños. Nada. Simplemente que a los días rarunos le pongo sintonías pegadizas)