Se encontraba Paquita nerviosa aquella mañana de junio.
Había quedado con su gran amiga.
La cita en un hotel cualquiera, donde con puntualidad inglesa, sprint de plusmarquista y nervio cojonero, llegaron dispuestas a regalar su atención geriátrica a la "Charla Batamanta".
A cambio, un bocadillo de loncha de salami y una funda de almohada de borreguillo de pura lana virgen, que pensaban estrenar esa misma noche, aun a riesgo de que una sofoquina las ahogara en sus propios sudores.
La cita en un hotel cualquiera, donde con puntualidad inglesa, sprint de plusmarquista y nervio cojonero, llegaron dispuestas a regalar su atención geriátrica a la "Charla Batamanta".
A cambio, un bocadillo de loncha de salami y una funda de almohada de borreguillo de pura lana virgen, que pensaban estrenar esa misma noche, aun a riesgo de que una sofoquina las ahogara en sus propios sudores.
La gran amiga se llamaba Encarnita, su tinte tono violín, su carro de estampados geométricos con sillita incorporada para los momentos de cansancio repentino, su nieto el Kevin y como objetivo vital encontrar el duro por cuatro pesetas, estaba segura que un día, no muy lejano, lo encontraría.
Encarnita era buena, tanto como Paquita, tan sólo tenía un defecto, tenía facilidad para la caída libre y el posterior descalabre.
Sí, Encarnita era torpe, pero había aprendido a vivir con ello. Gustaba de hacer ultradeslizante el adoquín más poroso, encontrar piedra para tropezar donde sólo había arena y hallar desniveles en pavimento uniforme. Así era ella, le gustaba vivir al límite, al límite del quemecaigo y el mehecaído, al grito de hala!.
Embriagadas de salami salían Paquita y Encarnita, cuando observaron horrorizadas el interior del carro y de sus monederos...
-Paquita, nos han endrogao!!
-O eso o nos han hipnotizado!!! Llevamos batamantas para toda la familia!!! En pleno junio!!! Y sin rebajas!!!
Precavidas que son y temerosas de un mal mayor, pusieron rumbo a la farmacia más próxima para tomarse la tensión y decidir qué pastilla se pondrían debajo de la lengua, si la azul o la amarilla...
Ya allí, una amable boticaria las atendió de maravilla, las tensionó, atendió sus consultas sobre la pastilla a tomar y les regaló un consejo ( y ya saben que a Paquita se le gana por la oferta y la ocasión):
Recobrada la tensión estipulada a sus arterias, las dos antaño-mozas, se pusieron de camino, carro en mano, para intentar hacer negocio del stock de batamantas adquirido, mientras comentaba la extraña afición de la dulce farmacéutica por las figuras de raticas orejonas...
Tras tres tropezones y cuatro caídas de Encarnita, a Paquita, en un derroche de generosidad sin igual, se le ocurrió qué hacer con su cargamento. Entró en la primera tienda de deportes que encontró y cambió todas sus batamantas por unos pies de gato del número 35.
Emocionada por el gesto de su amiga, se dispuso Encarnita a probarse aquella maravilla de la tecnología podal. Y en plena epifanía y al grito de Marramiau!, se transformó en una gatota de mono de cuero y mirada de lince.
Desde entonces Encarnita es Catnita Women y como el lince, una especie protegida.
No hay noche que no salga por los tejados de la ciudad. No hay superficie, lisa o rugosa, resbaladiza o adherente, horizontal o vertical que se le resista...bueno, seamos francos, se sigue cayendo pero que conste que lo hace por vicio y pereza de quitarse el hábito.
Duerme tranquila la ciudad, ajena a los peligros que la acechan, velando por ella dos ancianas, dos, luchan por el bien de la población, cegada por el sedante oeoe utilizado contra la dolorosa enfermedad deliva.
Si ya en noche oscura, oyen un gato maullar, no lo duden, será Catnita mirando el reflejo de su permanentada amiga proyectada en la Luna, mientras propina zarpazos a la deliva y a los que se les ocurrió subirlo.
Sí, Encarnita era torpe, pero había aprendido a vivir con ello. Gustaba de hacer ultradeslizante el adoquín más poroso, encontrar piedra para tropezar donde sólo había arena y hallar desniveles en pavimento uniforme. Así era ella, le gustaba vivir al límite, al límite del quemecaigo y el mehecaído, al grito de hala!.
Embriagadas de salami salían Paquita y Encarnita, cuando observaron horrorizadas el interior del carro y de sus monederos...
-Paquita, nos han endrogao!!
-O eso o nos han hipnotizado!!! Llevamos batamantas para toda la familia!!! En pleno junio!!! Y sin rebajas!!!
Precavidas que son y temerosas de un mal mayor, pusieron rumbo a la farmacia más próxima para tomarse la tensión y decidir qué pastilla se pondrían debajo de la lengua, si la azul o la amarilla...
Ya allí, una amable boticaria las atendió de maravilla, las tensionó, atendió sus consultas sobre la pastilla a tomar y les regaló un consejo ( y ya saben que a Paquita se le gana por la oferta y la ocasión):
-No olviden hidratarse y no se esperen a tener sed!!! Y coman mucha sandía!!!!- les decía la vivaz muchacha mientras se despedía alegremente de las dos ancianas desde el quicio de su rebotica.
Recobrada la tensión estipulada a sus arterias, las dos antaño-mozas, se pusieron de camino, carro en mano, para intentar hacer negocio del stock de batamantas adquirido, mientras comentaba la extraña afición de la dulce farmacéutica por las figuras de raticas orejonas...
Tras tres tropezones y cuatro caídas de Encarnita, a Paquita, en un derroche de generosidad sin igual, se le ocurrió qué hacer con su cargamento. Entró en la primera tienda de deportes que encontró y cambió todas sus batamantas por unos pies de gato del número 35.
Emocionada por el gesto de su amiga, se dispuso Encarnita a probarse aquella maravilla de la tecnología podal. Y en plena epifanía y al grito de Marramiau!, se transformó en una gatota de mono de cuero y mirada de lince.
Desde entonces Encarnita es Catnita Women y como el lince, una especie protegida.
No hay noche que no salga por los tejados de la ciudad. No hay superficie, lisa o rugosa, resbaladiza o adherente, horizontal o vertical que se le resista...bueno, seamos francos, se sigue cayendo pero que conste que lo hace por vicio y pereza de quitarse el hábito.
Duerme tranquila la ciudad, ajena a los peligros que la acechan, velando por ella dos ancianas, dos, luchan por el bien de la población, cegada por el sedante oeoe utilizado contra la dolorosa enfermedad deliva.
Si ya en noche oscura, oyen un gato maullar, no lo duden, será Catnita mirando el reflejo de su permanentada amiga proyectada en la Luna, mientras propina zarpazos a la deliva y a los que se les ocurrió subirlo.
Marramiuauuu!!!!!
Dedicado a mi boticaria preferida.